Los meses veraniegos son para la mayor parte de la población un auténtico paraíso. Playa, chiringuito, cervecita fría, algún que otro exceso con la comida y siestas prolongadas. Sin embargo, la aparición a lo largo del territorio peninsular de numerosos incendios forestales, hacen que el paraíso estival se asemeje, de forma progresiva, a un auténtico infierno.
Al margen de pirómanos, que provocan un incendio por el mero placer que parece provocarles el ver arder un monte; –los incendios provocados por estos sujetos nunca han supuesto un porcentaje elevado del total de superficie arrasada: 4,97%- tradicionalmente la mayoría de incendios eran provocados por ganaderos o agricultores como forma de incrementar la superficie de tierra destinada al sector primario.
Cuando la especulación inmobiliaria galopaba de forma desenfrenada hacia el barranco por el que se ha despeñado, los incendios eran el instrumento perfecto de las constructoras para aumentar de nuevo los terrenos sobre los que podrían llevar a cabo su actividad levantando moles de hormigón.
Recientemente se han tomado algunas decisiones desde los poderes públicos que tienen por objeto reducir el número de incendios que asola el monte. En este sentido, la imposibilidad de realizar una barbacoa al aire libre en los meses de estío o la prohibición de construir sobre un terreno quemado en una buena temporada –que sirve de repelente a constructores sin escrúpulos- ha supuesto una disminución del número de hectáreas calcinadas.
Sin embargo, existe un sector de la población que parece vivir al margen de la Ley. En sus reductos del monte, los militares siguen jugando a la guerra durante todo el año disparando sus fusiles y movilizando tanques y aviones –derrochando de forma ineficaz e irresponsable una suma elevada del dinero público-.
Hace unos días estos niñatos (por muy mayores que sean no dejan de ser unos niños que juegan a ser soldaditos de plomo) estaban realizando su “inofensiva” actividad en el campo de maniobras de San Gregorio al norte de la capital aragonesa cuando la cosa se les fue de las manos.
A estas horas son ya casi 6500 las hectáreas de monte que han sido pasto de las llamas –y se espera que ardan 2000 más antes de ser extinguido-. .
La labor del ejecutivo aragonés en materia de incendios forestales puede ser duramente criticada. Así lo demuestra que determinadas órdenes en relación con las zonas de riesgo que se publican en el BOA con tres meses de retraso, el presunto clientelismo a la hora de nombrar los cargos de Sodemasa (Sociedad para el desarrollo medioambiental de Aragón), o el incremento del presupuesto de la ya mencionada Sodemasa y reducción simultánea del número de trabajadores de los retenes contra incendios suscitando demasiadas dudas sobre el destino final de esta partida del presupuesto.
Pero el problema que debemos atajar de inmediato es la realización de maniobras militares durante, por lo menos, los meses de verano, debido a las evidentes consecuencias negativas que plantean.
Creo que es bastante coherente llegar a la conclusión de que si un civil renuncia a su ocio al no poder asarse unos chorizos o unas sardinas en compañía de unos amigos; los militares también deberían renunciar a su hobbie de disparar al aire como auténticos subnormales.
El viento del este provocó que el fuego pronto se extendiera más allá del campo de maniobras. Al este del campo de maniobras se encuentra la Academia Militar de Zaragoza custodiada todavía por una sobredimensionada estatua de Franco –Una estatua a escala real del dictador sería una porquería de monumento- por lo que el viento imperante estos días ha favorecido el progresivo alejamiento del fuego de este edificio. Sin embargo mañana la cosa cambia: Vuelve el cierzo. Arde Franco.
Al margen de pirómanos, que provocan un incendio por el mero placer que parece provocarles el ver arder un monte; –los incendios provocados por estos sujetos nunca han supuesto un porcentaje elevado del total de superficie arrasada: 4,97%- tradicionalmente la mayoría de incendios eran provocados por ganaderos o agricultores como forma de incrementar la superficie de tierra destinada al sector primario.
Cuando la especulación inmobiliaria galopaba de forma desenfrenada hacia el barranco por el que se ha despeñado, los incendios eran el instrumento perfecto de las constructoras para aumentar de nuevo los terrenos sobre los que podrían llevar a cabo su actividad levantando moles de hormigón.
Recientemente se han tomado algunas decisiones desde los poderes públicos que tienen por objeto reducir el número de incendios que asola el monte. En este sentido, la imposibilidad de realizar una barbacoa al aire libre en los meses de estío o la prohibición de construir sobre un terreno quemado en una buena temporada –que sirve de repelente a constructores sin escrúpulos- ha supuesto una disminución del número de hectáreas calcinadas.
Sin embargo, existe un sector de la población que parece vivir al margen de la Ley. En sus reductos del monte, los militares siguen jugando a la guerra durante todo el año disparando sus fusiles y movilizando tanques y aviones –derrochando de forma ineficaz e irresponsable una suma elevada del dinero público-.
Hace unos días estos niñatos (por muy mayores que sean no dejan de ser unos niños que juegan a ser soldaditos de plomo) estaban realizando su “inofensiva” actividad en el campo de maniobras de San Gregorio al norte de la capital aragonesa cuando la cosa se les fue de las manos.
A estas horas son ya casi 6500 las hectáreas de monte que han sido pasto de las llamas –y se espera que ardan 2000 más antes de ser extinguido-. .
La labor del ejecutivo aragonés en materia de incendios forestales puede ser duramente criticada. Así lo demuestra que determinadas órdenes en relación con las zonas de riesgo que se publican en el BOA con tres meses de retraso, el presunto clientelismo a la hora de nombrar los cargos de Sodemasa (Sociedad para el desarrollo medioambiental de Aragón), o el incremento del presupuesto de la ya mencionada Sodemasa y reducción simultánea del número de trabajadores de los retenes contra incendios suscitando demasiadas dudas sobre el destino final de esta partida del presupuesto.
Pero el problema que debemos atajar de inmediato es la realización de maniobras militares durante, por lo menos, los meses de verano, debido a las evidentes consecuencias negativas que plantean.
Creo que es bastante coherente llegar a la conclusión de que si un civil renuncia a su ocio al no poder asarse unos chorizos o unas sardinas en compañía de unos amigos; los militares también deberían renunciar a su hobbie de disparar al aire como auténticos subnormales.
El viento del este provocó que el fuego pronto se extendiera más allá del campo de maniobras. Al este del campo de maniobras se encuentra la Academia Militar de Zaragoza custodiada todavía por una sobredimensionada estatua de Franco –Una estatua a escala real del dictador sería una porquería de monumento- por lo que el viento imperante estos días ha favorecido el progresivo alejamiento del fuego de este edificio. Sin embargo mañana la cosa cambia: Vuelve el cierzo. Arde Franco.
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