A día de hoy; desde hace bastante tiempo y hablando desde un punto de vista geográfico, podemos determinar que la división económica del mundo queda lejos ya de un oeste-este (el capitalismo occidental frente al socialismo soviético) y debe situarse en una división norte-sur (países industrializados en contraposición con el Tercer Mundo).
Sin embargo, existe un pequeño rincón del planeta que merece nuestra atención al ser capaz de predicar el comunismo y aplicar el libre mercado. Cuenta con más de 9 millones y medio de kilómetros cuadrados de extensión y es habitado por 1300 millones de personas: Hablamos de China.
Las condiciones de partida de este país se revelan desfavorables. Así, geográficamente, la elevada altitud media que presenta su territorio (el 25% supera los 3000 metros) ha supuesto tradicionalmente un lastre a la calidad de vida de su población. De este modo, con el 7% de la tierra cultivable del planeta, este país debe alimentar al 20% de su población total.
En 1949 Mao alcanza el poder y toma una serie de medidas que tienen por objeto paliar las deficiencias de la economía China. Se controla la inflación, se pone énfasis en la educación, aparecen colectividades agrarias, se nacionalizan los sectores claves de la economía, se reduce la producción de bienes de consumo y se intensifica el ahorro que se canaliza hacia una industria pesada que, a la larga, debía conllevar un crecimiento más estable (la semejanza con la política llevada a cabo en la URSS favorece las buenas relaciones entre ambos países).
Sin embargo, en 1958, con la entrada en vigor del segundo plan quinquenal, las medidas se vuelven más estrictas. El consumo se reduce en mayor medida tratando de dar lo que la prensa oficialista denominó “el gran salto hacia adelante”. Sin embargo, se trató de una medida excesivamente severa que implicó una reducción brutal de la producción industrial.
Al mismo tiempo, Kennedy desde Washington y Kruschev desde Moscú acercaban posturas abogando por una coexistencia pacífica de ambos bloques. Desde China se critica la postura de la URSS, las relaciones se enfrían y la ayuda soviética deja de llegar a Pekín. La situación empeora.
En 1976 Mao fallece. Dos años más tarde se hace con el poder Deng Xiaoping y comienza el batiburrillo político-económico al que hoy asistimos. Las consecuencias podemos calificarlas como poco alentadoras para el pueblo chino, quienes sufren un complejo sistema que reúne todas las desventajas de ambos sistemas.
Así, mientras su pueblo “disfruta” de un partido único (PCCH), ausencia de libertades (Tiananmen, Tibet...) y una burocracia sobredimensionada y corrupta por un lado, por otro, goza a su vez de grandes desigualdades sociales (tanto entre el campo y la ciudad como dentro de las ciudades) y un mercado laboral precario con jornadas interminables sin ningún tipo de derechos laborales.
Aunque las condiciones de vida de la población china sean lamentables desde todo punto de vista y supongan una denigración al ser humano, lo cierto es que la economía China ha crecido a un ritmo espectacular estos últimos años (10% anual).
A pesar de que la actual crisis ha supuesto un freno al crecimiento chino (se trata de un país en el que el 45% del PIB depende de un comercio exterior que, a día de hoy, se encuentra hundido) es opinión compartida entre los expertos que el gigante asiático se convertirá en algunos años en la principal potencia mundial.
Si bien, creo conveniente destacar dos motivos por los que a China no le interesa que el Yuan supere al Dólar (al menos en un tiempo prudencial); pues implicaría su suicidio económico:
1. China es un país fundamentalmente exportador por lo que le interesa una moneda devaluada.
2. El gobierno chino lleva invirtiendo en bonos del tesoro estadounidense un porrón de años, concretamente la suma asciende a 1,4 billones Dólares que vienen a equivaler a toda la producción española de un año. Por ello desde hace algún tiempo China comienza a diversificar sus inversiones (dirigiéndolas a África fundamentalmente; pero eso es otra guerra)
Señoras y señores; he aquí el futuro rey del mundo.
Sin embargo, existe un pequeño rincón del planeta que merece nuestra atención al ser capaz de predicar el comunismo y aplicar el libre mercado. Cuenta con más de 9 millones y medio de kilómetros cuadrados de extensión y es habitado por 1300 millones de personas: Hablamos de China.
Las condiciones de partida de este país se revelan desfavorables. Así, geográficamente, la elevada altitud media que presenta su territorio (el 25% supera los 3000 metros) ha supuesto tradicionalmente un lastre a la calidad de vida de su población. De este modo, con el 7% de la tierra cultivable del planeta, este país debe alimentar al 20% de su población total.
En 1949 Mao alcanza el poder y toma una serie de medidas que tienen por objeto paliar las deficiencias de la economía China. Se controla la inflación, se pone énfasis en la educación, aparecen colectividades agrarias, se nacionalizan los sectores claves de la economía, se reduce la producción de bienes de consumo y se intensifica el ahorro que se canaliza hacia una industria pesada que, a la larga, debía conllevar un crecimiento más estable (la semejanza con la política llevada a cabo en la URSS favorece las buenas relaciones entre ambos países).
Sin embargo, en 1958, con la entrada en vigor del segundo plan quinquenal, las medidas se vuelven más estrictas. El consumo se reduce en mayor medida tratando de dar lo que la prensa oficialista denominó “el gran salto hacia adelante”. Sin embargo, se trató de una medida excesivamente severa que implicó una reducción brutal de la producción industrial.
Al mismo tiempo, Kennedy desde Washington y Kruschev desde Moscú acercaban posturas abogando por una coexistencia pacífica de ambos bloques. Desde China se critica la postura de la URSS, las relaciones se enfrían y la ayuda soviética deja de llegar a Pekín. La situación empeora.
En 1976 Mao fallece. Dos años más tarde se hace con el poder Deng Xiaoping y comienza el batiburrillo político-económico al que hoy asistimos. Las consecuencias podemos calificarlas como poco alentadoras para el pueblo chino, quienes sufren un complejo sistema que reúne todas las desventajas de ambos sistemas.
Así, mientras su pueblo “disfruta” de un partido único (PCCH), ausencia de libertades (Tiananmen, Tibet...) y una burocracia sobredimensionada y corrupta por un lado, por otro, goza a su vez de grandes desigualdades sociales (tanto entre el campo y la ciudad como dentro de las ciudades) y un mercado laboral precario con jornadas interminables sin ningún tipo de derechos laborales.
Aunque las condiciones de vida de la población china sean lamentables desde todo punto de vista y supongan una denigración al ser humano, lo cierto es que la economía China ha crecido a un ritmo espectacular estos últimos años (10% anual).
A pesar de que la actual crisis ha supuesto un freno al crecimiento chino (se trata de un país en el que el 45% del PIB depende de un comercio exterior que, a día de hoy, se encuentra hundido) es opinión compartida entre los expertos que el gigante asiático se convertirá en algunos años en la principal potencia mundial.
Si bien, creo conveniente destacar dos motivos por los que a China no le interesa que el Yuan supere al Dólar (al menos en un tiempo prudencial); pues implicaría su suicidio económico:
1. China es un país fundamentalmente exportador por lo que le interesa una moneda devaluada.
2. El gobierno chino lleva invirtiendo en bonos del tesoro estadounidense un porrón de años, concretamente la suma asciende a 1,4 billones Dólares que vienen a equivaler a toda la producción española de un año. Por ello desde hace algún tiempo China comienza a diversificar sus inversiones (dirigiéndolas a África fundamentalmente; pero eso es otra guerra)
Señoras y señores; he aquí el futuro rey del mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario