jueves, 7 de enero de 2010

Dos tazas

La situación del continente africano se complica a una velocidad vertiginosa. A la miseria, las hambrunas y la sequía se le viene sumando desde hace algún tiempo un integrismo religioso que hace mella entre una población condenada a la marginalidad y al olvido de occidente. Si no quieres, toma dos tazas.

Tras la gran descolonización de la década de los sesenta, los Estados que de ella surgieron no consiguen proyectar su poder sobre la totalidad de su territorio, sucumbiendo a la corrupción y al tribalismo prácticamente en su totalidad. Los golpes de Estado violento y las dictaduras están a la orden del día en muchos países que ven el sistema democrático y el reconocimiento de Derechos civiles y políticos a sus ciudadanos como un espejismo en medio de sus extensos desiertos.

A ello debemos sumar los efectos de un cambio climático que comienza a golpear con fuerza en estos territorios. Así, en países como Kenia, lleva aproximadamente tres años sin llover ni una gota de agua, mientras hombres desnutridos y animales sedientos se apiñan en los pocos pozos de los que sigue emanando el líquido que les permite mantenerse con vida –que no seguir viviendo- algún tiempo más.

Ante la presión a la que las tropas estadounidenses están sometiendo a los talibanes en Afganistán y en Pakistán –donde intervienen de forma encubierta-, Al Qaeda ha visto en estos Estados que se extienden de forma longitudinal a lo largo del centro del continente –Kenia, Chad, Malí, Níger y Mauritania- un punto perfecto en el que montar un nuevo centro de operaciones con el apoyo de una población que, como hemos dicho, es y ha sido ignorada sistemáticamente por los países más desarrollados.

El conato de atentado que tuvo lugar el día de Nochebuena parece que ha hecho saltar de nuevo los alarmismos y el pánico en EEUU y Europa ante el enemigo fantasma del terrorismo y que vendrían a sumarse al rechazo y miedo que suscita por lo general la sociedad musulmana –al reciente referéndum celebrado en Suiza nos remitimos- en occidente.

Cegados por el temor no han faltado ya las voces a favor de una nueva intervención militar en países como Somalia o Yemen. Sin embargo, operaciones militares en estos Estados no harían sino sumarse al desastre afgano o iraquí, en los que se tuvo claro cuando se entraba pero se desconoce –a pesar de la propuesta de 2011 de Obama- cuando se va a salir de estas arenas movedizas.

Como es sabido, cuanto mayor son las desigualdades sociales dentro de un Estado, el gasto en seguridad de éste se multiplica. Pues bien, este mismo razonamiento podemos extrapolarlo a la comunidad internacional. Así, conforme mayores diferencias existan entre la calidad de vida del norte y las del sur, mayor será el desarraigo por parte de los habitantes de estos últimos territorios –sentimiento, por otra parte, justificado sobradamente- y más facilidades encontrarán posturas extremistas como los fundamentalismos religiosos para ganarse el apoyo de la población y aumentar, irremediablemente, su poder.

Por ello, desde mi punto de vista, el problema deja de residir en la mera y simple intervención militar que tiene como único fin la aniquilación total de un enemigo que, debido a que no combate con uniforme, es muy complicado diferenciar de la población civil que es la gran perjudicada en estos conflictos.

Así, sería positivo que occidente, el mundo desarrollado gracias al expolio continuado de las riquezas naturales de estos territorios desde tiempos inmemorables, asumiese de una vez por todas un compromiso con estos países.

Ante la imposibilidad de regalar dinero a unos Gobiernos endebles y corruptos, la ayuda occidental debería basarse en el fomento de la sociedad del conocimiento mediante el envío de forma altruista, pues nos hemos cobrado por adelantado, de expertos en las distintas áreas –en lugar de centrarnos exclusivamente en el envío de efectivos militares dedicados a la caza de la mosca a cañonazos-.

Sin embargo, lejos de ello, seguimos promoviendo el militarismo como única vía a la solución del conflicto, al tiempo que mantenemos el expolio de sus riquezas minerales y animales. Así, niños famélicos somalíes, saludan desde sus playas a los pesqueros occidentales que les roban su único sustento.

¿No querías? Pues toma dos tazas.

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